jueves, 20 de junio de 2013

Historia de una princesa gorda


Yo sí fue generación Disney, vi todas las películas de las princesas pero tampoco me volvían loca, creo que fue porque nunca me sentí identificada con ellas, lo único de Disney que amé con locura–y aquí viene una declaración fuerte- fue Winnie Pooh, quién iba a decir que de las princesas decidí escoger al osito mielero y pachón. 


Aunque sí hubo dos películas de princesas de las que por alguna temporada me obsesioné, una es La sirenita, mi madre me compró todo de la sirenita, sin embargo, Ariel me caía bien solo por una cosa porque no se sentía parte ni del mar ni de la tierra, así como yo tampoco me sentía parte ni de la delicadeza de una niña linda ni de la rudeza de un niño, en secreto me encantaba Úrsula, aún recuerdo la calcomanía atrás de mi puerta donde ella, la mala del cuento, era la buena de mi puerta, nunca me atreví a decir que me gustaba Úrsula, después de todo era una hija de puta, pero era grande como yo, y así de a poco creo que fui moldeando mi actuar como la villana de los cuentos. La otra princesa fue la Bella, ella me gustaba porque leía pero más me gustaba por la Bestia de la cual me enamoré perdidamente y siempre me saltaba el final porque odiaba ver cómo se convertía en el príncipe rubio y con cara de tonto, pero esta última proyección será otra historia.

Luego en mi adolescencia odié el rosa y todo lo que tenga que ver con coronas, príncipes, tacones y polvos mágicos, yo no era así, nunca fui así, era más bien cariñosa como un osito y malvada con los hombres como una pulpo medio humana.

Mi madre no es plus size, es hermosa sobre todo por dentro, pero físicamente es de ese tipo de mujer que vuelve locos a los hombres, pretendientes nunca le faltaron, cuando yo era niña veía a mi madre igualita a las princesas, incluso cantaba como Ariel, yo siempre fui gorda, desde pequeña –luego ella dirá “no siempre, cuando estabas muy chiquita no”, aunque físicamente distintas es ella quien me ha enseñado a sonreír y me ha amado incondicionalmente y aunque a mi me ha costado trabajo -imitándola- aprendí a amarme de la misma manera. En la adolescencia fue esta diferencia la que quizá nos separó más, me sentía incomprendida, ella la princesa y yo la villana, no había de otra, como sea el tiempo pasó y yo en mi camino fui recuperando mi identidad y reencontrándome con mi belleza, aquella que mi madre siempre ha visto y siempre me ha recalcado pero yo muchas veces no lo creí, “mamá cuervo” pensaba.


No hace mucho mi madre me regaló unos aretes, muy lindos y delicados, los compró para ella y en lo que sacaba sus cosas los vi y sin más expresé lo lindos que estaban, ella inmediatamente me dijo “quédatelos, te los regalo” yo le dije que no los había halagado para que me los regalara, que eran de ella y además no iban con mi estilo, luego dijo unas palabras que resonaron adentro de mi y que terminaron de armar un rompecabezas añejo “no, quédatelos, además, eres mi hija, mi princesa, lo mío es tuyo”. Nunca he dudado del amor de mi madre y quizá alguna vez ya me había dicho eso pero fue hasta este momento, lejos ya de las películas de Disney, con mi identidad un poco más sólida cuando por fin pude verme con los mismos ojos de mi madre, cuando me asumí princesa y hermosa.

No me malentiendan que sigo creyendo que Disney es una fábrica de mujeres inseguras e ingenuas, pero si nos descuidamos el anhelo de querer ser la bonita de la historia que físicamente nunca se parecerá a nosotras, puede desviarnos del camino al encuentro indispensable con nuestra belleza interior, sabernos también delicadas, no ser princesa Disney sino ser la que queremos en nuestro castillo y ahí si nos da la gana ser Úrsula y otro día ser Ariel o ser ninguna, pero siempre merecedoras del reino.

Si son madres nunca dejen de decirles a sus hijas lo hermosas que son por dentro y por fuera –así tan cliché como las historias de princesas-, puede ser que pasen años sin ser escuchadas pero tarde o temprano sus hijas las oirán con atención.

Besos extragrandes. 

1 comentario:

  1. Hola! buscando lo que no se me había perdido encontré tu blog, me identifiqué mucho con esta entrada porque al igual que tú tengo la dicha de tener una madre encantadora que ve en mí mucho de esa princesa.... lo cual a veces me cuesta ver. También te cuento que todavía odio el rosa, me recuerda a esos vestidos tipo corsé en los cuales nunca pude entrar....hermosa reflexión y sí.... hoy mas que nunca es una necesidad que la chicas aprendan que la princesa o reina está dentro de cada una... la belleza no es una talla... es actitud. Fue un gusto leerte!

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